Una reflexión en torno a La Lleca y su práctica artística-política situada en los bordes del sistema punitivo carcelario*
Hay un testimonio que desde que lo leí no he olvidado y es el que Carlos Lenkersdorf cuenta en su historia de cómo aprendió de los indios tojolabales no sólo a hablar su lengua, sino a mirar de una forma distinta el mundo a partir de entender que la de ellos, los tojolabales, es una cosmovisión distinta que se
asienta en una idea no de un yo individual, sino de un nosotros y en donde el “grupo nosótrico”, como él le llama, representa un principio
organizativo cuyo funcionamiento opera en la estructura de la lengua tojolabal, pero también, en la estructura mental de quienes la hablan. El caso concreto al que hace referencia este antropólogo y lingüista, es la situación de la que da cuenta el enunciado siguiente en tojolabal: “uno de nosotros cometimos un delito”, mientras que en español se dice: “uno de nosotros cometió un delito”.
asienta en una idea no de un yo individual, sino de un nosotros y en donde el “grupo nosótrico”, como él le llama, representa un principio
organizativo cuyo funcionamiento opera en la estructura de la lengua tojolabal, pero también, en la estructura mental de quienes la hablan. El caso concreto al que hace referencia este antropólogo y lingüista, es la situación de la que da cuenta el enunciado siguiente en tojolabal: “uno de nosotros cometimos un delito”, mientras que en español se dice: “uno de nosotros cometió un delito”.
Lenkersdorf, a partir del análisis de la estructura del enunciado muestra la importancia que el nosotros tiene para la cosmovisión tojolabal, y más importante aún, en la trascendencia que dicho enunciado tiene en la vida cotidiana de sus hablantes, quienes, a partir de sus usos y costumbres, a cualquiera de los miembros de dicha comunidad que comete un delito, lo asumen como parte de ellos mismos y en lugar de enviarlos a un penal en donde la idea es la exclusión y el encierro como castigo punitivo y vengativo, se les asume como trasgresores que tienen derecho no a ser expulsados sino a ser “recuperados”, ya que en principio, a la comunidad de nada le sirve que el sujeto que comete el delito sea alejado de la comunidad y de las obligaciones para con su familia, sino que el sujeto que delinque, como miembro de la comunidad, actúa directamente en contra de la comunidad y altera, de alguna manera, la estructura social de la misma. Por tal motivo, la comunidad asume a quienes cometen delito alguno y los obliga a que frente a la comunidad se disculpen y trabajen para la comunidad de manera que su dignidad sea recuperada frente a todos.
Obviamente esta concepción de lo que llamaríamos las relaciones intersubjetivas, específicamente en términos de justicia, no tienen lugar en nuestra estrecha visión que del otro tenemos en un contexto occidental contemporáneo, ni mucho menos, en la estructura del sistema de justicia de nuestro país que, pese a que presume que busca “readaptar” a los sujetos que delinquen, la estructura misma del sistema lo que hace es excluir a estos sujetos a partir no sólo de su encarcelamiento, sino de la estigmatización que genera el hecho de haber estado presos.
Sé que el libro que hoy estamos presentando no trata de una crítica ostensible del sistema judicial mexicano, como los autores mismos aclaran, sin embargo, me parece que el hecho mismo de su intervención dentro del penal, perdón, del Centro de Readaptación Social Varonil de Santa Marta Acatitla, es una forma de situar su práctica artística como práctica política, por ello, me parece, en el fondo de su hacer hay una crítica que parte de un principio fundamental: marcar algunos de los vacíos que el sistema judicial, e incluso, educativo mexicanos, tienen.
En Cómo hacemos lo que hacemos, La Lleca, da cuenta de cómo las prácticas artísticas no se oponen a las prácticas políticas, en estos tiempos donde el propio arte sigue el camino del idealismo y la política el camino de la confrontación. Al contrario, Cómo hacemos lo que hacemos, muestra que ambas prácticas suelen circunscribirse en una propuesta específica que enfatiza su accionar a partir de situaciones reales y concretas en las llamadas intervenciones artísticas que distintas luchas sociales han impulsado. En el caso que hoy nos ocupa, la lucha por la reivindicación y la dignidad de quienes a partir de su encierro, no importa el delito, son no sólo excluidos de la sociedad sino estigmatizados de por vida.
La Lleca da cuenta sí de una intervención artística basada en la comunicación, pero también da cuenta de una propuesta importante en la búsqueda por recuperar no sólo a los delincuentes sino a los sujetos que una sociedad castiga olvidándolos en su encierro, violentándolos no sólo en su libertad, sino en su cotidianidad, en ese “espacio vital”, como lo llama Patricia Bifani-Richard, que si bien es el eje primario de arraigos, identidades y encuentros, así como el centro vital de la toma de conciencia y elaboración de la historia, es al mismo tiempo, el centro privilegiado de violencias y agresiones.
De su intervención en la cárcel, la Lleca se propone explorar el mundo subjetivo/intersubjetivo de estos sujetos varones que transitan por la necesidad de sentirse vivos y poder mirar hacia un futuro con perspectiva.
Si bien Cómo hacemos lo que hacemos es un testimonio que da cuenta del aprendizaje del trabajo político colectivo, creo que el acierto de este libro no es en sí el testimonio, sino la propuesta en general, que precisa esta experiencia de un grupo de apoyo y de solidaridad y su forma de enfrentarse a la represión y la criminalización institucionalizada, a partir de una base que reivindica “los afectos” como política cotidiana; el desarrollo de una propuesta pedagógica centrada en la negociación/confrontación con las instituciones judiciales en particular, y con el estado mexicano en general; la búsqueda de la construcción de una autorrepresentación propia que rompa con el estigma social que de ellos se tiene; así como la “recuperación” a su entorno social de lo que de alguna manera Lenkersdorf da cuenta.
Nunca se está en lugar del otro. La Lleca nos acerca sólo a asomarnos un poco a lo que Primo Levi llamaría una reserva de fuerzas que los seres humanos desconocemos hasta que nos encontramos en la necesidad de conocerlas (2005: 76). No hay morbo, no hay intención de recuperar la voz de quienes delinquen para justificar sus delitos. Lo que hay en Cómo hacemos lo que hacemos es la voz de los actores de un proyecto que asumieron sí como juego, pero también como una fuga momentánea que les permitió entrar, salir y viceversa, para ver/verse, mostrar/mostrarse, hablar/hablarse recuperándose.
No me cabe duda: La Lleca, como proyecto de intervención artística y de comunicación, es ese espacio alternativo que abona su parte a la historia militante ― que ya habíamos olvidado ― y se suma a la propuesta que grupos como los/las argentinos(as) del Colectivo Situaciones que realizan sus acciones a partir de poner el cuerpo en situación como elemento central de su investigación militante. Así, La Lleca, como muchos otros colectivos, apuestan por la transformación social a través del arte, un hecho que quizá se considere pasado de moda, pero que hoy vindica la práctica de una ética marxista y a la que La Lleca se acerca.
Su intervención no apuesta por la objeción de conciencia, en cambio, opta por la insumisión al orden establecido, a partir de la trasgresión del sistema desde el sistema mismo, desobedeciendo lo que debería obedecerse. La Lleca nos muestra que no sólo se puede entrar a la cárcel, salir de ella y viceversa, sino una forma de intervenir la realidad, actuar en ella, a través de prácticas que exceden el entendimiento y la normatividad común y que se potencian como prácticas que se circunscriben como nuevas formas de luchas sociales globales. Obviamente, su proyección a gran escala busca una transformación social en un tiempo bien complejo.
Sin duda, toda práctica artística de oposición proyecta una fuerza social renovadora que envuelve a los sujetos participantes entre sus manos para convertirlos en actores políticos nuevos; incluso, en aquellos espacios de exclusión. Este ejercicio muestra cómo pueden generarse espacios de socialización alternativos y recuperadores del espacio vital en tiempos de reclusión, pero también cómo el arte puede ser una práctica alternativa de oposición que busca modelar un otro imaginario en tiempos de globalización, postmodernidad o postsocialismo real. La apuesta mayor es construir las
posibilidades del sueño que crece en todos aquellos que aún creemos en que un mundo mejor es posible.
posibilidades del sueño que crece en todos aquellos que aún creemos en que un mundo mejor es posible.
Fuentes
- Carlos Lenkersdorf, (2002), “Otras lenguas, otras
cosmovisiones. Aprender de los indios”, en V.V.A.A., Interculturalidad, Sociedad Multicultural y Educación
Intercultural. México: Castellanos Editores, Asociación Alemana para
la Educación de los Adultos y CEAAL. - Primo Levi, (2005), Los hundidos y los salvados, Barcelona: El Aleph Editores.
* La Lleca, 2008, Cómo hacemos lo que hacemos. México: FONCA-Fundación Jumex. Reseña publicada en Pensares y Quehaceres. Revista de políticas de la filosofía. No. 9, marzo, 2010.